13 ago 2020

LA VIDA NO ES CUESTIÓN DE TIEMPO


Pedro tenía 4 años y una enfermedad llamada neuroblastoma, que es un tipo de cáncer para el que ya no había posibilidades de cura. Permanecía mucho tiempo en el hospital, ya estaba en cuidados paliativos y el objetivo de sus médicos era lograr darle de alta y que estuviera en su casa, lo que Pedro tanto deseaba. Él quería volver a ver su juguete preferido, su Optimus Prime.

Tal vez le hacía ilusión volver a recuperar sus juguetes, su espacio. Él sabía sonreír a pesar de las circunstancias. Aquella noticia de volver a casa no alegró a sus padres, porque era una señal de que el final estaba cerca.


Los médicos dieron el alta, entrenaron a sus padres en el cuidado. La madre de Pedro escuchaba triste las indicaciones, consciente de lo que implicaba salir del hospital. Su padre no pronunciaba palabra alguna, solo miraba a través de la ventana.


Un día después del alta, los médicos de cuidados paliativos fueron a visitar a Pedro, para ver que todo estuviera bien en lo que él y sus padres pudieran necesitar para cuidarlo. Pedro estaba con sus muñecos, jugando y sonrió al verlos.  Su madre estaba presente. Antes de salir de la habitación notaron, entre la decoración, un Reloj-Rueda que no permitía avanzar el segundero. El médico lo señaló con su mano y dijo –Está roto- Lleva aquí desde ni sabemos cuándo, comentó la madre. ¿Tienes un reloj-rueda roto? Preguntó el médico a Pedro. –No – Sonrió Pedro. Es perfecto, mi madre dice que la vida no es cuestión de tiempo.


Sus médicos lo visitaban una vez por semana, durante el primer mes. -¿No me van a hacer exámenes?- decía. – ¿Los necesitas para jugar? – preguntaba sonriendo el médico. Y así fueron pasando los días y algunas semanas.


Una mañana los padres de Pedro llamaron a los médicos y solo pronunciaron dos palabras: No despierta. En el equipo sabían que ese “cambio” llegaría, porque siempre llegaba. Llegaron rápidamente y luego de algunas pruebas físicas les explicaron a sus padres lo que aquello significaba. Al salir de la habitación vieron el reloj-rueda aún bloqueado.


Fueron días muy difíciles. Los médicos de cuidados paliativos trataron el dolor, la disnea, la fiebre. La casa siempre estaba llena de gente y los médicos intentaban permanecer el menor tiempo posible para dejar a la familia tranquila, rodeando con amor a Pedro.


Luego de una semana el equipo médico recibió nuevamente una llamada en la madrugada. Inmediatamente emprendieron camino. Pedro vivía cerca del aeropuerto y los aviones al despegar parecían convertirse rápidamente en estrellas parpadeantes. Así que en el camino encontraron en el cielo una excusa para hablar mientras llegaban.


Al llegar el padre de Pedro los esperaba en la puerta, por primera vez les habló. Entraron al cuarto, lo revisaron, estuvieron junto a él unos minutos. Luego salieron y dejaron a la familia a solas. Esperaron.


La puerta se abrió y el padre les dio un abrazo. Silencio para el silencio. Entraron de nuevo a la habitación para ayudar en lo que les pidieron. Al salir del cuarto de Pedro, su madre los detuvo. ¿Vieron el reloj? El reloj había comenzado a funcionar.


De regreso el equipo médico conversó sobre aquel reloj-rueda. Quizás una madre intentando parar el tiempo en el cuarto de su hijo. Quizás un reloj que había decidido interpretar los segundos a su manera. En cualquier caso Pedro sigue hoy, ahora, en el recuerdo, cada vez que viaja el segundero.


Cada Febrero se conmemora el Día Mundial del Cáncer Infantil y quise traer esta historia por un motivo: No hay que preparar a los niños para que sean felices en el futuro, hay que hacerlos felices en el día a día. 


Ninguno de nosotros sabe con certeza qué nos va a traer la mañana, todo puede cambiar en un segundo. Nos esforzamos tanto porque todo sea perfecto en un futuro que ni sabemos si ese futuro va a llegar.

Dejemos de engañarnos con aquella frase de «yo doy calidad de tiempo, no cantidad», cuando lo que realmente debemos dar a quienes amamos es el tiempo, no es otra cosa que establecer prioridades.  


Darle valor a lo que vale la pena y tiene sentido en la vida y es estar presente en la vida de nuestros seres queridos. Nos olvidamos que con lo único que contamos es con el hoy, de ahí la importancia de añadir vida a las horas y no horas a la vida.  El tiempo se nos está agotando.