Desde hace algún tiempo en mis conversaciones conmigo misma y cuando veo que los días pasan iguales, sin ninguna novedad en el frente, me hago una pregunta: ¿Qué fue lo mejor de la semana?, ¿Qué viste que te alimentó el alma? y comienzo un recorrido, como si fuera turista y viera todo con nuevos ojos. Así pase por las mismas calles, encuentro cosas que no había reparado antes. Así que esta semana que acaba de concluir hice ese ejercicio, me propuse ver lo nuevo en lo cotidiano y esperé que la oportunidad me sorprendiera desde donde estoy. Esto fue lo que vi:
El domingo pasado estaba escuchando música y cantando a grito herido en la cocina mientras preparaba el almuerzo, un poderoso caldo de costilla. De un momento a otro algo le pasó al reproductor de música y no continúo con la siguiente canción, en esas escucho unas carcajadas en la calle, de esas que al escuchar son tan genuinas y aún sin saber de qué se ríen hacen que uno sonría. Me asomé por la ventana de la cocina y vi a una pareja de adultos mayores: la señora, de aproximadamente 62 años estaba aprendiendo a montar en bicicleta y el señor, de por ahí unos 65, le estaba enseñando y entre risas, ella, le pedía que le prometiera que no la iba a soltar. El señor la tenía del sillín mientras ella trataba de mantener el equilibrio con el manubrio y no hacían más que reír. Él la miraba con amor y ella estaba emocionada intentando una y otra vez. Continúe haciendo el almuerzo y arreglando la cocina y de vez en cuando echaba ojo a ver en qué iba la señora. Como a las casi dos horas veo que el señor iba detrás de la señora pero ya no la agarraba del sillín sino la escoltaba y la señora, feliz daba vueltas una y otra vez.
Fue una escena maravillosa. Nunca es tarde para aprender y más si se tiene a alguien que con amor y paciencia lo acompañe en la aventura.
El miércoles salí a pasear a mi perrito Copito y como tenía en mi mente buscar lo novedoso en lo cotidiano, comencé a mirar para otros lados así fueran las mismas calles que recorría tres veces al día, durante las últimas 4 semanas. Me sorprendí, no me había fijado en un rosal que había, unas rosas con una mezcla de colores, incluso con aroma. No podía creer que había pasado por ahí tantas veces y no la hubiera visto. Donde las cosas se nos vuelvan paisaje perdemos el sentido y seguro que nos perdemos cosas maravillosas. Hay que ver todo con ojos de turista.
El martes me llegó por correo un regalo de un grupo de amigos que durante esta cuarentena han sido una grata compañía. Era un estuche con la palabra Agradecimiento. que decía “Agradecer las pequeñas y grandes cosas, nos permite disfrutar el momento presente. El agradecer nos vuelve libres y vemos cada espacio como nuevas oportunidades. Cada momento y cada persona es un milagro” y contenía una serie de cartas cada una con un lindo mensaje. Esa noche les agradecí a todos por ese hermoso detalle y saque una carta de agradecimiento para cada uno. Fue un momento muy lindo y muy especial, pues cada agradecimiento salía con un mensaje perfecto para cada uno, como si fuera un mensaje divino. Algunas semanas antes nos habíamos reunido en Zoom, cada uno con su copa en mano, habíamos hecho un brindis por cada uno y por las circunstancias, agradecimos que hemos llegado hasta aquí a pesar de todo lo que está pasando a nuestro alrededor. A veces hay que hacer un alto en el camino y mirar hacia atrás, como decía una canción de Sui Generis “es larga la carretera cuando uno mira atrás, vas cruzando las fronteras, sin darte cuenta quizás”. Es importante agradecer la presencia y compañía de quienes van a nuestro lado en el camino. Siempre he pensado que el agradecimiento no se trata de palabras, es un sentimiento demasiado profundo, es la gratitud de corazón. Entre más agradecido seas, más cosas que agradecer te llegarán.
Hoy quiero invitarlos: a que miren todo con ojos de turista. A que piensen qué les gustaría aprender. ¿Qué les gustaría agradecer hoy?.