Hace un par de años, el brutal feminicidio de Ana María Serrano a manos de su exnovio conmocionó a México y Colombia. El crimen, una tragedia insoportable, se agravó al ver a la familia del agresor negando lo evidente. A pesar de las pruebas irrefutables —cámaras de seguridad, chats, la escena del crimen—, los padres del joven han intentado por todos los medios sacarlo de la cárcel, evitando audiencias y presentando amparos, en lugar de asumir la responsabilidad de los actos de su hijo.
Pero fue el testimonio de la madre de Ana María, Ximena Céspedes, lo que me hizo reflexionar profundamente. En un podcast, ella planteaba un camino que, aunque doloroso, podría ofrecer un atisbo de redención. Sabiendo que el agresor podría enfrentar una condena de hasta 70 años, la madre sugirió que si él aceptara su responsabilidad, podría recibir beneficios y, algún día, tener la oportunidad de ayudar a otros hombres a no cometer el mismo error. Él era un joven brillante, primero en su clase, graduado del colegio con honores, con un futuro prometedor, y aun así se autodestruyó y destrozó la vida de otra familia. La propuesta de la madre no era un perdón, sino un llamado a la verdad. Ella entendía que la única forma de sanar es enfrentando lo ocurrido.
Este caso, por dramático que sea, es solo un espejo de un problema mucho más profundo que plaga nuestra sociedad: la incapacidad de asumir la responsabilidad.







