29 ago 2025

El peso de la negación: Cuando evadir la culpa destruye más que el error



Hace un par de años, el brutal feminicidio de Ana María Serrano a manos de su exnovio conmocionó a México y Colombia. El crimen, una tragedia insoportable, se agravó al ver a la familia del agresor negando lo evidente. A pesar de las pruebas irrefutables —cámaras de seguridad, chats, la escena del crimen—, los padres del joven han intentado por todos los medios sacarlo de la cárcel, evitando audiencias y presentando amparos, en lugar de asumir la responsabilidad de los actos de su hijo.

Pero fue el testimonio de la madre de Ana María, Ximena Céspedes, lo que me hizo reflexionar profundamente. En un podcast, ella planteaba un camino que, aunque doloroso, podría ofrecer un atisbo de redención. Sabiendo que el agresor podría enfrentar una condena de hasta 70 años, la madre sugirió que si él aceptara su responsabilidad, podría recibir beneficios y, algún día, tener la oportunidad de ayudar a otros hombres a no cometer el mismo error. Él era un joven brillante, primero en su clase, graduado del colegio con honores, con un futuro prometedor, y aun así se autodestruyó y destrozó la vida de otra familia. La propuesta de la madre no era un perdón, sino un llamado a la verdad. Ella entendía que la única forma de sanar es enfrentando lo ocurrido.

Este caso, por dramático que sea, es solo un espejo de un problema mucho más profundo que plaga nuestra sociedad: la incapacidad de asumir la responsabilidad.


La huida de la verdad

Vivimos en una cultura de la negación. Nos han enseñado a "negar hasta el final" como la mejor estrategia para salir del paso. Lo vemos en las relaciones de pareja: si una persona es sorprendida en una infidelidad, su primera reacción es negarlo, sin importar cuán abrumadoras sean las pruebas. La mentira se convierte en un escudo, no para proteger a la otra persona, sino para evitar la confrontación, para salir del "lío" y mantener una fachada de inocencia. Esta negación es más destructiva que el acto mismo, porque rompe la confianza de manera irreparable y anula cualquier posibilidad de perdón y crecimiento.

Este patrón se repite en el ámbito público y en la justicia. Recordarán a la influencer Epa Colombia, que subió videos destrozando las instalaciones de Transmilenio en Bogotá. A pesar de que ella misma documentó su delito, cuando fue capturada se negó a aceptar los cargos, me imagino por recomendación de su abogado. Es la misma lógica: si no lo acepto, no pasó, o al menos no es mi culpa. La justicia se ve obligada a gastar recursos y tiempo en demostrar lo que es evidente, en lugar de enfocarse en cómo la persona puede reparar el daño y reintegrarse, si es que es posible, a la sociedad.

La negación se ha vuelto tan prevalente que incluso parece que el sistema judicial, en lugar de buscar la verdad y la justicia, se dedica a negociar con la mentira, creando un ciclo vicioso donde la irresponsabilidad se premia con atajos y beneficios.  “Vamos bien, pero si puede vuélese”. Lo vemos en casos como el de la UNGRD, más de uno se terminará volando y los abogados a defender lo indefendible. 

Recordarán que el pasado 7 de junio cuando detuvieron al asesino de Miguel Uribe, la noticia fue que el sicario “no aceptó los cargos”. Cientos de cámaras de video lo grabaron cometiendo el magnicidio y aún así “no aceptó cargos”. ¿A qué juegan los abogados? A ganar un caso a pesar que saquen de la cárcel a un hombre que lo haría de nuevo?. Yo me pregunto: ¿Cómo miran a la sociedad dejando libre a un asesino, a un violador o a un ladrón?   

El alto costo de la evasión

No asumir la responsabilidad no solo daña a los demás, también nos destruye a nosotros mismos. La persona que se niega a enfrentar sus errores queda atrapada en un ciclo de mentiras y evasión que le impide crecer. 

En lugar de aprender de la equivocación, se hunde más en la oscuridad. El joven que asesinó a Ana María Serrano tenía un futuro brillante, pero al negarse a reconocer su crimen, solo se asegura un futuro de resentimiento y cárcel, sin posibilidad de redención. La propuesta de la madre era un camino para que él pudiera, tal vez, encontrar un propósito en el dolor, una forma de enmendar algo de la ruina que dejó. Pero sus padres, como en muchos otros casos que hemos visto a lo largo de los años en las noticias, tratan de ocultar los hechos y sacar del problema a su hijo en vez de ayudarlo a ser una mejor persona enfrentando sus acciones.  Nos estamos acostumbrando a normalizar mentiras: “No lo crie”, “no lo dije”, “no me despertaron”, siempre echándole la culpa a otros, negando lo evidente. Y después nos quejamos de por qué estamos como estamos. 

El mundo sería un lugar diferente si, en lugar de intentar escapar de nuestros errores, aprendiéramos a mirarlos de frente. Si una persona es infiel, debería ser capaz de admitirlo. Si alguien comete un delito, debería aceptar las consecuencias. Si alguien comete un error, reconozca sus acciones.  La asunción de responsabilidades, aunque difícil, es el primer paso hacia la sanación, tanto para el que sufre el daño como para el que lo causa.

La irresponsabilidad es una epidemia que carcome la confianza, corrompe la justicia y nos impide madurar como individuos y como sociedad. La única forma de salir de este círculo vicioso es enseñar y practicar la verdad, por dolorosa que sea. Porque al final, la verdadera libertad no se encuentra al evadir la culpa, sino al aceptar las consecuencias para poder reconstruir algo valioso a partir de la ruina.


"El heroísmo es la capacidad de asumir la responsabilidad por tu vida sin culpar a nadie por lo que te ha pasado."
— Joseph Campbell